Soy un
hombre como cualquier otro, educación secundaria, un trabajo estable y
medianamente bien pago, tengo una familia, un auto viejo, bien mantenido y
algunas comodidades, el sistema confía lo suficiente en mi crédito como para
darme una tarjeta internacional, ropa decente, perfumes y hasta el shampoo que
recomiendan en la tv.
Digamos que
si soy un hombre normal, llevo 13 años de esta vida, mi empleo es estable si,
pero a su vez pesado y repetitivo, inmerso en la monotonía y en la limitación
de ser un obrero, un número que ofrece una producción diaria junto con otros
números haciendo más números para alguien que maneja números, a nadie le
importa si soy un numero ni siquiera a mi…
Un día deje
de ser un número, mi cuerpo decidió lo que mi razonamiento no, hasta ahí había
llegado, el dolor al cual estaba tan acostumbrado, residuo de mil batallas
contra el esfuerzo, el hastío y la monotonía, contra la ineficacia y la
soberbia, se hizo mi acompañante de por vida. Ahi empezó mi nueva vida, ya no
era un numero era ese individuo que molestaba, porque había que respetarlo y
tener cuidado con el trabajo que se le asignaba, para la desidia y la
indiferencia era una molestia creciente, pues en un principio estaba la
posibilidad de pasarle la pelota a otro, que otro se haga responsable, dos
hernias de disco lumbares no dejan mucho margen para maniobrar, tareas
demasiado pesadas, negativas, la propia responsabilidad del cuidado de mi salud
enfrentada a la necesidad ajena de volverme a encasillar en mi papel de numero
productivo.
Eso sería
imposible, con el tiempo eso quedo más que patente, ya nunca más seria un
número productivo, no importaban las capacidades que aún estaban intactas,
porque había nacido como número y así debía mantenerme, el sistema laboral
cobraba el precio por la estabilidad y el ingreso poco menos que magro
sostenidos durante el tiempo.
Al cabo de
un tiempo de ser un individuo, por qué opinaba, confrontaba por defender mi
salud y causaba escozor y verdadera molestia solo por el hecho de no ser más un
número productivo, obediente y servil.
Así el
sistema laboral me expulsa de su seno, aquel que me había acunado durante tanto
tiempo, poblando mi cabeza con ideas idiotas, causando una ceguera estúpida e
inducida por el razonamiento egoísta basado en el propio esfuerzo, una excusa
estúpida para no ver la realidad.
Esa realidad
nos golpea sin misericordia, como estrellarse de bruces contra una pared solida
e impenetrable, que sacude todas esas estupideces que nos inculcaron durante
años, esos años en los que pertenecí a una verdadera elite de números
productivos, una elite de seres sin rostro, explotados y manipulados en
beneficio de alguien también sin rostro, con el solo apelativo de “empleador”.
Ese
empleador que nos muestra un mundo de posibilidades maravillosas cuando nos
atrae,
Ese mismo
que una vez que estamos en su poder hace todo lo posible por separarnos de
nuestra humanidad, cuando empezamos a ver a los que no trabajan como vagos,
como parásitos de la sociedad un mal a erradicar lo más pronto posible,
músculos jóvenes, ideas nuevas, cerebros permeables a la insidiosa perversidad
de un sistema impiadoso.
Es cierto
que entramos a un sistema como el que describí inicialmente, soy confiable,
solvente, deseable porque tengo trabajo, generar un ingreso
Ganados por
la prostitución del mercado consumista, que se acuesta con aquel que puede
pagar, y desprecia al que no.
Una realidad
que el desempleado conoce, luchamos con uñas y dientes para volver a ser
deseables, pero nuestro valor laboral ha caído. Nuestros músculos ya no son
jóvenes nuestro cerebro no es tan permeable, opinamos, disentimos sabemos que
está bien y que está mal y lo peor de todo son pocos los que tienen la
habilidad de callar, es difícil cuando sabemos que nos mienten, que nos hacen
responsables para cubrir sus espaldas.
Da
incredulidad y rabia buscar clasificados pero lo hacemos, tercos, queriendo
sentir de nuevo nuestra credibilidad en lo más alto y nuestro ego lastimado
restaurado, amén de nuestros bolsillos aliviados,
Pero somos
presa fácil, de aquellos que tienen menos escrupulos, aquellos que como
tiburones nos hacechan ofreciéndonos posibilidades de trabajo, terminan
vendiéndonos capacitaciones, manuales, libros de autoayuda, haciéndonos pruebas
de habilidad que son en definitiva el trabajo que hacen muchos en busca de la
salvación pero es ni más ni menos que una estafa a la esperanza.
Tengo 43
años, a mi edad la única posibilidad de contratación es un currículo extenso y
títulos altisonantes que lo avalen. La mayoría contrata jóvenes, mientras más
jóvenes mejor, músculos nuevos cerebros permeables a la mentira consumista,
pequeños bastarditos que ahora me mira a mí y me dicen vago, no trabaja el que
no quiere….
Empezamos a
ver las opciones, el desempleo duro un año, después de aportar y pagar réditos
durante 18…
Emprender,
es lo que nos queda…
Necesitamos
aprender a hacerlo, años en un empleo estable y seguro no nos da precisamente
la habilidad para eso, los desprecios constantes, la sorna al vernos,
curriculum tras curriculum, capacitaciones…
Mientras
tanto hay que mantener una familia, hijos en edad escolar, vender las
posesiones que con años de esfuerzo logramos conseguir, volver al estado más
primario, aquello que nos enorgullecía se va escurriendo entre los dedos hasta
desaparecer del todo…
Vemos los
comerciales repletos de gente exitosa, familias sonrientes, vehículos para la
familia, para el playboy, para la mujer profesional del momento, la opulencia
verdadera o ficticia quien sabe, del mundo del espectáculo, la noticia de quien
tiene las tetas más grandes o el trasero más parado…
El gobierno
fomenta el empleo y el empredurismo, pero ayuda a los más jóvenes, si tengo más
de 26 no soy viable…
Las salidas
cada vez son menos. La indiferencia es cada vez mayor. ¿Quién se hace eco de
nosotros?
¿Los que
hemos vivido una vida productiva?
¿Los que
somos un cumulo enorme de experiencia?
¿Los dueños
de la amargura y el desprecio?
¿Los vagos
que no quieren trabajar?
La moneda
tiene dos caras pero para nosotros siempre cae de canto, por el sencillo hecho
de que estamos en el rango de edad equivocado.
Demasiado
viejos para ser productivos, demasiado jóvenes para jubilarnos, una lucha que
busca recuperar la dignidad humana, un bien preciado, cada vez menos valorado…